Despachos de abogados en primera línea

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que dediqué un poco de tiempo delante del teclado para escribir algo que no fuera eminentemente jurídico. Algo que se alejara del contenido normativo o de aquellos artículos enfocados en el estudio de un ámbito u objeto determinado.

Ha transcurrido más tiempo desde la última vez que pausé el abrumador ritmo de producción de artículos y publicaciones en las que mi opinión y mi subjetividad quedaban cerradas bajo llave en el mismo cajón.

Con estas líneas pretendo justamente liberarlas. Romper la cerradura, forzar su escape y hablar de una cuestión que me surgió el otro día en una conversación con un abogado de confianza.

Con un café delante, me acerqué a mi tutor y le lancé la siguiente pregunta:

“Oye ¿Y por qué no un despacho en primera línea? En la calle, cercano al ciudadano y al cliente. Algo accesible”

Él me miró, y después de un par de segundos, me lanzó una pregunta que me pilló por sorpresa:

“Cuando tienes un problema ¿te gusta pensar que la gente pueda saber que tienes un problema? ¿O preferirías mantenerlo para ti?

Y razón no le faltaba. Obviamente, la privacidad es algo que creemos que tenemos hasta que lo perdemos, consciente o inconscientemente. Porque sí, es posible airear nuestra vida incluso cuando no es esa nuestra intención. A la vista quedan las redes sociales y todo el contenido que en ellas colgamos. Servidor siendo el primer pecador en este caso.

“Nadie quiere sentirse observado a la hora de entrar en aquellos lugares dónde supuestamente podemos arreglar ciertos problemas. Es así, es un tabú, pero es un tabú que está destinado a perdurar.”

Como no podía ser de otro modo, este tipo de cuestiones que pueden resultar aparentemente tan superfluas me pierden y la bombillita de “publicaciones” se encendió.

Si lo analizamos desde una perspectiva objetiva, ciertamente, el cliente acude al abogado con el fin de resolver un problema que le acucia. El contexto, además, es un elemento primario; conocer la historia del problema, su procedencia o incluso la gravedad del asunto son cuestiones que discurren de forma paralela y que, a pesar de no afectar por igual, resultan punzantes en su medida.

El abogado es, en muchas ocasiones, el encargado de dar con la solución, con la respuesta a estos problemas. Unas veces actuando como mediador entre las partes, otras como un simple comunicador y en todas ellas como defensor de los intereses del cliente. Visto de este modo ¿por qué el tabú?

Porque, en mi humilde y totalmente subjetiva opinión, la figura del abogado se comprende dentro de la ecuación, es decir, dentro del problema. No es una figura que viva separada de la participación del conflicto y, es por todos sabido, que requerir de los servicios de un profesional de la abogacía va íntimamente anexo a una solución poco o nada amistosa.

El abogado se entiende como un solucionador de problemas, la última opción viable para poder resolver un conflicto, el profesional que puede ofrecernos una alternativa. Pero ¿es cierto eso de que solucionamos problemas? Yo creo que no.

El abogado, antes de ser abogado, es jurista. Y como juristas, conocemos el ordenamiento jurídico, un marco normativo que hacemos nuestro a la hora de tratar de resolver los casos que se presenten ante nosotros. Hacemos uso de éste como si de herramientas se tratara. Es nuestro medio, es la base de nuestro trabajo y de nuestra capacidad depende el buscar una “posible” solución partiendo de las vías que el ordenamiento dispone.

Entonces, si no somos originarios dentro del problema ni tampoco tenemos la solución en términos absolutos ¿por qué buscar un abogado parece ser un tabú?

Considero que no es tanto ya cuestión de privacidad sino de la naturaleza de estas visitas. Todos sabemos que una visita a un abogado puede esconder perfectamente una revisión de las cláusulas contractuales de un contrato de arrendamiento sin necesidad de entrañar hechos de mayor enjundia o gravedad.

Resulta muchas veces contradictorio el hablar de cuestiones aparentemente tan neutrales, tan blancas, con tan escasa gravedad y a la par cuestionar el porqué del celo con el que se trata de esconder acudir a un despacho de abogados.

Ahora, esta situación tiene una doble vía. ¿Cuántas veces nos hemos topado con un despacho a nivel de calle? ¿Cuántos despachos han dado el paso y han abierto una sede en primera línea?

La elección del lugar del despacho es una de los puntos más importantes – si no el que más – a la hora de situarnos. Va a marcar un punto de referencia a la hora de llegar al cliente objetivo y a la hora de crear una marca personal[1]. Por tanto, la ubicación también juega un papel fundamental y no meramente instrumental.

“Mientras que los grandes despachos suelen situarse en los centros de negocios de las principales ciudades, como ocurre en Madrid con el Paseo de la Castellana, los bufetes medianos o más pequeños optan por zonas donde puede estar su público objetivo. Así, por ejemplo, en el capitalino barrio de Malasaña están irrumpiendo firmas de jóvenes letrados con una imagen de marca más transgresora.

Como explica Diana Jennen, directora de negocio de la consultora para abogados Gericó Associates, “la ubicación sigue siendo un elemento importante en términos de accesibilidad y reputación y tiene influencia en la elección del tipo de cliente al que se dirige” la firma.”

Por tanto, también es algo que dependerá del tipo de cliente al que aspiramos como profesionales. Y esto no debe interpretarse como puñal lacerante para distinguir entre clientes “de primera” y clientes “de segunda”. Cada cliente vive una situación, cada situación plantea un problema y se nos consultan las posibilidades respecto de X o Y asunto.

El nicho o especialidad en la que pretendamos realizar el total o la mayor parte de nuestro desempeño profesional nos permitirá generar una cartera de clientes a los que fidelizar a través de nuestro trabajo y de sus frutos, es decir, a través de resultados. Por tanto, distinguir entre clientes en categorías en función de la envergadura de los casos no me parece lo más apropiado. [2]

Recordemos que una simple multa de tráfico para un cliente puede resultar algo imperioso y primario mientras que para nosotros ello pudiera no ser sino una cuestión secundaria. No por ello el asunto desmerece nuestra atención, siempre y cuando la relación cliente-abogado se respete por ambas partes (y si, me refiero expresamente a la correlación trabajo-pago).

Parece que ya no solo es cuestión de la existencia de un tabú sino también del tipo de nicho en el que nos especialicemos. No creo que sea necesario explicitar las diferencias entre un caso de naturaleza penal que un caso de naturaleza marcaria, a pesar de que la afección económica en este último pudiera suponer una carga mucho mayor que en el primero.

Por concluir; si bien es cierto que puedo llegar a entender esa sensación de privacidad cuando hablamos de acceder a un despacho de una forma no tan directa, también es cierto que considero que en muchas ocasiones ello va a depender del tipo de cuestión que vaya a plantearse. La envergadura de un asunto puede suponer una carga muy pesada y una losa para el cliente, una losa que a menudo es mejor ocultar. No por el abogado, sino por el “qué dirán”.

He ahí, quizá, el tabú de la primera línea.


[1] Abad Ramon, M., “Dime qué bufete eres y te diré cómo captar clientes en la calle y en Internet”, publicado en CincoDías, 21 de febrero de 2022, Madrid. Recuperado de: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2022/02/17/legal/1645097908_217265.html

[2] Ruiz de Valbuena, I., “Cómo abrir un despacho de abogados desde cero.”, publicado en CincoDías, 28 de marzo de 2022, Madrid. Recuperado de: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2022/03/24/legal/1648118427_025994.html

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